El duelo, como camino, puede ser una vía de transformación de uno mismo, de las relaciones y de la forma de estar en este mundo.

Como todo inicio, el fin del camino puede verse lejos, muy muy lejos. Los días sin el ser querido se hacen arduos, la tristeza hace que el tiempo no transcurra, mientras la rabia quema por dentro y el miedo paraliza a la hora de dar el próximo paso.Puede que la culpa se vuelva una mochila difícil de acarrear y que la vergüenza haga que queramos desaparecer.

Sólo andando paso a paso, viviendo día a día, mirando, sintiendo y atendiendo la dura realidad, la cual supone acoger que entre la persona que ya no está y uno mismo quedaron en el pasado muchas cosas por decirse, que el presente se quedo huérfano de todo aquello que se compartía y se vivía juntos, y que deseos, esperanzas y expectativas de un futuro juntos desaparecieron.

Entonces, sólo entonces, el dolor por la ausencia empieza a transformarse en gratitud, así como el resentimiento en perdón.
No importará cuan lejos esté el fin del camino, sólo el camino en si mismo, sólo andar y andar.
En la ausencia nacerán nuevas flores; Los frutos de la relación que fue y de la nueva relación que se construye con la persona ausente.
Esto es la verdadera transformación; El surgimiento de una nueva identidad, de nuevos valores y creencias. Nuevas y más genuinas formas de relacionarse con otras personas, y vivir con un sentido, vivir con un para qué en este mundo.

Artículo extraído de la página: APSAS,suicidio y duelo